domingo, 27 de mayo de 2007

La mano

La mano, suspendida araña de plástico en la telaraña muscular de su cuerpo, flotó un instante sin atreverse. La sentía impalpable, sublimada alrededor de su piel como una piel superpuesta de luz y cobre. Y entonces no hacía falta cerrar los dedos, fruncir el seño del puño, golpearse el amor. Ya estaba ahí, bajo los hilos de su mano, la marioneta hermosa y permisiva, quebradiza, abismo de pulpa frutal. Ya estaba ahí, y su caricia amordazada no entendía el paréntesis entre las pieles.
“Te quiero” le dijo ella. ”Tocáme, ya no quemo más” le dijo ella. Pero él no controlaba el guinche de su mano pendiente, mimando el frío. “Tocáme porque es necesario que me toques” le dijo ella. “Tocáme porque tu mano tiene hambre, porque necesita vestirse de tacto, porque acá, en este espacio entre mi sangre y yo tengo la forma de tu mano. Tocáme para no morir, para no desangrarme, tocáme para no morirnos”.
Pero el espacio. La arquitectura de esporas. La selva de pistilos de luz. El terror mudo del vacío entre los llenos. “Tengo miedo de sobrarme”dijo él. “Tengo miedo de que si te toco voy a ser demasiado, vamos a ser demasiado para mi mismo”dijo él. “Tengo miedo de que el dos no quepa en el uno, de que me estalle la mano cuando sea mi mano y la tuya”.
“Tocáme antes de que nos crezca el invierno, tocáme rápido, tocáme con miedo a no poder volver a tocarme y mordéte la boca con las palabras mías” dijo ella. “Tengo miedo de tener más miedo, tengo miedo de fracturarnos el tiempo y clavarnos las astillas en la edad, tengo miedo de que me toques al tocarte, tengo miedo de tocarte para siempre” dijo él.

Se miraron en la era de un segundo. Él tropezó los ojos. Ella siguió matándolo a pupilas.


Segundos después él la ve bajar del otro extremo del colectivo y hacerse resto de la gente.