lunes, 7 de julio de 2008

Envidia

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Imbécil.

¿En serio te creíste
el sapo de flores que te saltaba en la frente después del beso?

¿Quién te creés que sos para merecer el liquen del ángel?

Iluso.
Imbécil pero sos muchos imbéciles.

Por doquier andan rebotando,
un cuerno de unicornio les crece en cada aureola de rouge.

Falsos. Estúpidos amaestradores de besos.
El pez de las bocas los rodea, ondulando las aletas,
Un faro frutal se les asoma hundido a medias en el cráneo,
y se derrama en luna sobre la frente.

Pero eso no.
La luna es mía les digo.
Aléjense.
No se atrevan a robarme mi lápida.
Guárdense bien guardada la araña dórica en el bolsillo
y ni se les ocurra acercarme sus manos de manco.

Estribillen el amor.
Gástenselo todo.
Vivan, vivan, como viven todos los seres con branquias.
Nazcan mil veces para matar una muerte.

Yo voy a seguir acá con mi reloj de párpados,
midiendo largueros para sus alas de polilla maquillada,
confeccionando sus trajes
de protozoo de nailon,
la vanidad descorazonadora
de su masculinidad hembra.


Pero algún día
-oídme bien-
caerá la tarde a romperles las antenas

y el alma
asomará su hocico de hiena
bajo la almohada.
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