martes, 2 de febrero de 2010

Pensamiento

Llueve.




Un afiche de canas y el reloj del agua.

La tarde empieza por despellejarse de a poco la vaina de los ojos,
estirar las venas por el suelo.


Miro por la ventana y soy un preso.


La persiana afuera vibra,
se la pasa escupiendo dientes de vidrio.



Lejos


bajo ésta lluvia que es otra lluvia,


hay una ventana tuya.


Asomada apenas,
la sombra te dibuja en el rostro
un mapa de pana.


Hay una taza de té,
un árbol de humo en la taza de té.


Un libro se salpica constantemente, gana un párrafo por cada gota.
Sobre la tapa, tres igloos mínimos guardan la flor del eucalipto,
tres balas de llanto.


Entonces el viento entra, un viento dicho al oído.
Tiene olor a pan y a suéter.


Te agarra frío.

Te acurrucas, envuelta a medias
y tus clavículas asoman como lanzas, como alas de bronce.


Abajo, las zapatillas huecas,
tus piernas llegando al otro lado del mundo.


El té entre las manos como un corazón suplente
te ablanda la letra de los dedos,
remueve los párrafos de sangre.



Yo miro por la ventana y soy un preso.


Desganado,
me sacudo la ceniza de los ojos.


Canto un poco
con los labios apretados
para sentir las escamas del aire

mientras medito

la chance

de que alguna de las gotas que miremos
sea la misma.